La experiencia de ver "Napoleón" resultó ser un
soporífero desafío cinematográfico. Mi desdén por la falta de fidelidad
histórica en la trama es solo comparable con mi indiferencia hacia la elección
de Joaquin Phoenix para encarnar al emblemático líder francés. Su
interpretación, más cercana al desastre que al arte, le resta valor a la
película.
A pesar de algunos destellos de emoción en las escenas de
batalla, agradezco que la cámara haya evitado el frenesí caótico que afecta a
la mayoría de las películas de acción contemporáneas. No obstante, este atisbo
de competencia técnica no logra redimir la confusión generalizada que emana de
la trama. Aunque estoy familiarizado con la historia del corso, la película no
se molesta en desarrollar adecuadamente los eventos históricos, dejándome desconcertado.
La trama romántica entre Napoleón y Josefina, que se supone
debería ser apasionada, resulta igualmente insípida. Aunque se adentra en la
relación tumultuosa entre el general y la emperatriz, no logra despertar
interés alguno. La supuesta grandeza de este espectáculo se ve opacada por la
falta de conexión con los personajes, especialmente el protagonista que debería
ser fascinante pero que, en cambio, me resulta completamente indiferente.
La película presume de un elaborado diseño de producción, impresionantes
vestuarios y escenarios de lujo, pero, lamentablemente, no logra mantenerme
despierto. La excesiva publicidad que rodea a esta producción, con millones
gastados en su promoción durante al menos un año, solo resalta la decepción que
representa. ¿Dónde quedaron la chispa, la gracia y la fuerza que caracterizan a
clásicos como Alien o Blade Runner? En resumen, "Napoleón" se suma a
la creciente lista de decepciones cinematográficas de la cosecha del 23.
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