Hoy nos deja David Lynch, un genio del cine que supo habitar los rincones más oscuros y poéticos del alma humana. Su obra es un viaje entre lo real y lo onírico, un susurro inquietante que sigue resonando en quienes nos dejamos atrapar por sus historias.
¿Cómo olvidar la conmovedora humanidad de John Merrick en El Hombre Elefante? Ese ser frágil y digno, atrapado en un cuerpo que no podía reflejar la nobleza de su espíritu. Lynch nos mostró la belleza detrás de la deformidad, la ternura en medio de la crueldad. Fue un canto a la empatía, a la aceptación del otro en su diferencia.
Y luego está Alvin Straight, cruzando América en su vieja cortadora de césped en Una historia verdadera. Un relato simple y desgarrador sobre el amor fraternal y la reconciliación. Lynch despojado de artificios, narrando con una sencillez que calaba hondo. Cada kilómetro recorrido era también un paso hacia la redención, hacia ese abrazo que sanaba heridas del pasado.
Imposible no recordar la oscura y fascinante serie de Tv Twin Peaks, donde el misterio de Laura Palmer nos arrastró a un pueblo lleno de secretos. Los primeros ocho capítulos fueron un laberinto de sueños, susurros y sombras, una danza entre el bien y el mal que nos mantenía pegados a la pantalla.
Y Terciopelo Azul, aquella película que vi en los viejos cineclubes de la universidad. Salí de la sala con el corazón encogido, clavado en la butaca por la perturbadora belleza de ese mundo donde la inocencia y la perversión se entrelazaban bajo el canto de los petirrojos. Lynch nos enseñó que bajo la superficie más pulcra puede habitar la más oscura de las pesadillas.
Lo demás siempre fue raro, inasible, quizás prescindible, como su versión de Dune, que parecía un espejismo dentro de su filmografía. Pero en esa rareza Lynch encontró su voz, su manera única de hablarnos desde los márgenes de la lógica.
Hoy, en algún lugar de la Habitación Roja, Laura Palmer susurra mientras John Merrick observa con ojos melancólicos, Alvin sigue su camino bajo el cielo infinito, y Dorothy Vallens canta entre lágrimas. Todos los mundos de Lynch se funden en un último sueño. Un sueño del que no queremos despertar.
Mostrarnos la belleza en lo inquietante, la verdad en el delirio y la humanidad en lo extraño.
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