La tierra prometida

La tierra prometida (The Bastard) es una película que, desde su premisa, puede generar escepticismo:

un hombre enfrentándose a tierras inhóspitas en el siglo XVIII, empeñado en conquistar un pedazo de  mundo en medio de la nada. Sin embargo, bajo la dirección de Nikolaj Arcel, lo que podría ser un drama histórico convencional se convierte en una experiencia cinematográfica notablemente intensa.

Mads Mikkelsen, con esa mirada que mezcla dureza y vulnerabilidad, es el motor emocional de la película. No importa cuántas veces lo hayamos visto interpretar personajes atormentados o resueltos, siempre encuentra matices nuevos. Aquí encarna a Ludvig Kahlen, un hombre obsesionado con la misión de hacer fértiles unas tierras desoladas, y lo hace con una precisión que roza lo hipnótico. ¿Es un héroe? ¿Un obstinado? ¿Un hombre movido por su ego? Probablemente todo eso y más. Mikkelsen no necesita alzar la voz ni gesticular de forma dramática para transmitir todo el peso de la historia. Eso es lo que distingue a los grandes.

La dirección de Arcel no tiene prisa, y eso es un arma de doble filo. Algunos momentos pueden resultar demasiado contemplativos, pero el ritmo pausado permite apreciar los detalles: los paisajes, tan desolados como fascinantes, y los gestos mínimos que dicen más que cualquier diálogo grandilocuente. Aquí no hay concesiones fáciles al sentimentalismo ni intentos baratos de emocionar. Es un relato austero, casi frío, pero profundamente humano.

El guion, coescrito por Arcel y Anders Thomas Jensen, logra equilibrar lo épico y lo íntimo. Hay tensión, ambición y conflictos morales que resuenan con fuerza. Sin embargo, no es una película para todos. Su falta de acción evidente y su atmósfera opresiva pueden alejar a quienes busquen entretenimiento ligero. Esto es cine serio, de ese que no tiene miedo de exigir algo del espectador.

Por supuesto, no todo es impecable. Algunos personajes secundarios carecen de la profundidad que merecen, y hay momentos donde la trama parece perderse en su propia solemnidad. Pero estos son problemas menores en una obra que, en su conjunto, resulta profundamente evocadora.

"La tierra prometida" no solo trata sobre la conquista de la tierra, sino sobre la resistencia, el sacrificio y la fragilidad del ser humano frente a la naturaleza y las estructuras de poder. No es una película para ver sin compromiso, pero quienes se dejen arrastrar por su propuesta encontrarán una experiencia poderosa y única. Y al final, eso es lo que debería ofrecer el buen cine: algo que nos haga sentir, reflexionar y, con suerte, recordar.

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