From: pesadilla sin salida y terror sin contemplaciones
La familia Matthews, recién llegada al enigmático pueblo de From, descubre que el camino de vuelta simplemente no existe.
Alguien me recomienda que vea From, serie de terror y ciencia ficción que supuestamente mezcla la intriga de Lost con la crudeza de Stephen King. Desconfío: ya me engañaron antes con misterios televisivos interminables. Sin embargo, bastaron un par de noches para tragarme sus episodios uno tras otro. A veces lo paso mal viéndola, pero también me hipnotiza, parafraseando al crítico que soy cuando algo me atrapa sin remedio. From me ha atrapado en su bucle siniestro casi a mi pesar.
Un pueblo de pesadilla y una atmósfera inquietante
Entrar en From es llegar, junto a una familia perdida en carretera, a un pueblo olvidado de la mano de Dios... y de la lógica. No hay escape posible: cualquier camino que tomes te devuelve al mismo sitio, como en un mal sueño. Pronto descubrimos que, al caer la noche, salen criaturas de aspecto humano que te llaman dulcemente desde la ventana –como esa anciana que susurra “déjame entrar, estoy sola”– y si les abres, acabas hecho pedazos (literalmente) antes de los créditos de inicio. La serie logra una atmósfera de pavor constante: ves a los personajes colgar talismanes en puertas y ventanas, rezando para sobrevivir hasta el amanecer, y sientes esa misma opresión claustrofóbica. El horror es real y gráfico, pero From no es un simple festival de sangre gratuita: no es “sólo casquería”, sino un juego de suspense cuidadosamente construido, con personajes al límite y sus propios demonios internos a la par de los monstruos externos. Uno termina cada capítulo con los hombros tensos, mirando de reojo la oscuridad de la sala. Pocas series recientes habían logrado inquietarme tanto sin enseñar todas sus cartas.
Ecos de Lost y el enigma de los mundos paralelos
Sería imposible no pensar en Lost al ver esta serie: un grupo de personas atrapadas en un lugar misterioso del que no pueden escapar, eventos sobrenaturales que desafían la razón y secretos bajo cada piedra. La propia From ha sido descrita como un “Lost terrestre” donde las fuerzas malevolentes acechan en la oscuridad. La conexión se vuelve divertida al reconocer a Harold Perrineau –el sufrido Michael de Lost– ahora en el rol de Boyd, el sheriff improvisado de esta comunidad condenada. Perrineau aporta carisma y humanidad al caos; es fácil seguirle por cualquier camino oscuro que la trama proponga. No es el único guiño: Jack Bender, veterano director de Lost, dirige episodios de From, reforzando esa sensación de déjà vu televisivo.
Ahora bien, From no es una copia ni un simple homenaje. Si acaso, toma la premisa de “gente perdida” y la sumerge en una pesadilla más retorcida y sangrienta. Aquí las preguntas son aún más bizarras: ¿Dónde demonios están realmente? ¿Qué es ese pueblo que nadie puede encontrar en el mapa? La serie juega con la idea de mundos alternativos o paralelos sin revelarlo abiertamente. Hay visiones imposibles, símbolos extraños, quizás portales ocultos en los árboles... Todo sugiere que las reglas del tiempo y el espacio se han roto. Un espectador ilustre –el propio Stephen King– lanzaba en redes la pregunta: “¿Es posible que estén muertos y no lo sepan?”. La teoría de un purgatorio o dimensión paralela sobrevuela cada escena, aunque From se guarda muy bien de confirmarla. Esta ambigüedad constante aporta tanto encanto como frustración: vivimos elaborando teorías descabelladas mientras la serie sonríe en silencio, sin prisa por darnos respuestas claras.
Misterios sin fin y honestidad brutal
Si algo define a From, aparte de su ambiente malsano, es su valentía narrativa. La serie es un carrusel de misterios: cada respuesta abre dos preguntas nuevas, cada pista puede ser un engaño. Este juego perpetuo con el espectador recuerda por momentos a Lost (otra vez), pero aquí se percibe una intención más honesta dentro de lo truculento. From no duda en hacer limpieza de personajes importantes cuando la historia lo exige. En este pueblo maldito nadie está a salvo: puede caer el héroe local, la madre coraje o aquel secundario entrañable al que tomaste cariño. Y caen de forma cruda, abrupta, sin dramatismos inflados. Es chocante pero casi agradecible –al fin y al cabo, en un entorno de pesadilla sería inverosímil que todos nuestros favoritos salieran ilesos–. Esta crueldad coherente le da a la serie una tensión permanente: cada incursión nocturna, cada decisión desesperada, pesa porque intuimos que puede acabar muy mal. Pocas veces una serie fantástica ha sido tan implacable con sus criaturas... y con su audiencia. From nos enseña a no encariñarnos demasiado con nadie, lección dolorosa que otras ficciones más cobardes evitan impartir.
Claro que esta honestidad sangrienta y la acumulación de incógnitas pueden desesperar a más de uno. Tres temporadas después, seguimos sin saber realmente por qué está ocurriendo todo esto. La narrativa avanza, sí, introduciendo revelaciones parciales (un faro aquí, una criatura nueva allá, retazos de otros tiempos y lugares) pero el misterio central permanece esquivo. ¿Es todo humo y espejos, un truco sin sustancia? ¿Es todo humo y espejos, pero con verdadero impacto? La serie nos marea a veces con pistas falsas, pero al mismo tiempo consigue impactarnos de verdad –ya sea con un susto bien armado o con una muerte que te deja helado–. La propia estructura de la trama, en bucle constante, podría interpretarse como metáfora de nuestra relación con estos enigmas: damos vueltas y vueltas, sin avanzar... pero seguimos ahí, enganchados.
El enganche de una pesadilla adictiva
Entonces, ¿merece la pena adentrarse en From? Si usted disfruta sufriendo a gusto con series de terror y misterio, la respuesta es sí. From ofrece una de las narrativas más intrigantes de la televisión actual, un cóctel de suspense, miedo y desconcierto que raramente encontramos tan bien dosificado. Su elenco sólido (encabezado por un Harold Perrineau tan sólido como siempre) y su ambientación pesadillesca logran que empaticemos con el pánico y la desesperanza de esos personajes... incluso cuando a veces querríamos zarandearlos para que dejen de guardar secretos entre ellos. El espectador se convierte en vecino más de ese pueblo: comparte las teorías conspirativas junto a la torre de radio, los silencios tensos en la cena comunitaria, las miradas al bosque cuando cae el sol.
Advierto eso sí: From no es para impacientes ni para almas sensibles. Su ritmo es calculado, a fuego lento pero constante; sus respuestas, escasas; su capacidad para perturbar, alta. Te implicas emocionalmente sabiendo que aquí la incertidumbre es ley. En mi caso, he terminado cada temporada debatiéndome entre la fascinación y la rabia por no saber más. Y aun así, aquí me tienen: devorando el siguiente capítulo en cuanto cae la noche, incapaz de soltar esta maldita historia. Será que, como en las mejores pesadillas, hay un extraño placer en el terror cuando está bien contado. From consigue ese difícil efecto. Me deja los nervios destrozados, me obliga a dormir con la luz del pasillo encendida, pero también me tiene deseando más. Cruel y adictiva, esta serie ha logrado que volvamos a perdernos con gusto en el misterio. ¿Quién dijo miedo a lo desconocido? Yo, desde luego, pienso seguir averiguando hasta dónde llega la madriguera... aunque intuyo que el conejo que nos espera al final puede ser más terrible que Alicia jamás imaginó.
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